Texto de Herme Cerezo
Cuando le conocí, Ricardo Pérez Llorca era el hombre de las ocho y media. Llegaba a la federación de la calle San Vicente cuando los demás nos íbamos. Siempre apresurado, con su bolso de mano y el cigarrillo encendido. Venía del Guillem Tatay, el colegio del que fue administrador toda su vida. «Bona nit», saludaba y se encerraba en su despacho, aunque su puerta permanecía abierta todo el tiempo. Allí preparaba el cuadrante con las designaciones para la jornada siguiente. Sus herramientas fueron solo dos: el teléfono de disco y la máquina de escribir. Conjugadas ambas con paciencia y mano izquierda, sorteaba todas las dificultades para organizar los desplazamientos arbitrales de la mejor manera posible. Luego, cercanas las once de la noche, entraba en su casa del barrio de Russafa, donde le esperaba Ana, su mujer, con la cena puesta en la mesa. Unos días veía a sus cuatro hijos y otros no. Así era entonces la vida del responsable de los árbitros de balonmano en València.
Ricardo Pérez Llorca nació en la capital del Turia el 24 de enero de 1934. Estudió en las Escuelas Pías de la calle Carniceros. Obtuvo el peritaje mercantil y, aunque su deseo era ser inspector de Hacienda, desistió de su propósito, ya que no podía desplazarse a Madrid para cursar los estudios correspondientes. Se inició en el balonmano ya de mayor. Fue en Benimar, junto a la playa. Su buen amigo Pepe Gordo, entonces secretario de la federación, y también entrenador, le fichó para el Benimaclet. De ahí pasó al equipo de la Centuria Pepe Abad. La mili no interrumpió su práctica del balonmano, ya que en el cuartel de Bonrepós, donde sirvió, formó un equipo junto con varios jugadores del Banco de Vizcaya. Cuando abandonó las pistas, un puñado de árbitros, Morales, Bohigas, Tejedor y el ya entonces secretario, Juan Torres, le introdujeron en la federación provincial, presidida por Tomás Muñoz. Durante algunos años, junto con Arturo Sanía, también fue entrenador en su propio colegio.
Del ente federativo, Ricardo Pérez Llorca entró y salió varias veces. El balonmano, junto con su familia, el Levante U.D. y las Fallas formaban las cuatro esquinas donde se asentaba su vida. Al constituirse la Federación Autonómica, fue designado como primer presidente del Colegio de Árbitros de la Comunidad Valenciana. Le tocó vivir una época difícil, como son siempre los momentos de transición, pero gracias a la buena predisposición de los colegiados y, vuelvo a decir, a su mano izquierda, logró llevar a buen puerto el nuevo proyecto. Sus tres hijos, Ricardo, Fernando e Iñaqui siguieron sus pasos en el balonmano, tanto en el arbitraje como en los banquillos. Su hija, Ana, no lo practicó, porque en su colegio de las Teresianas no se jugaba.
Hoy nos llega la triste noticia de su fallecimiento. Descanse en paz Ricardo Pérez Llorca, un hombre bueno allá donde los haya, alguien que, con pleno derecho, ocupa un lugar de honor en la historia del balonmano valenciano.